
Hace unas cuantas semanas Hugo Chávez se enteró de que ni su poder absoluto sobre las vidas y haciendas de otros seres humanos, ni los millones robados al tesoro de Venezuela, ni su incontenible verborrea demagógica le garantizan la inmortalidad. Un cataclismo de enormes proporciones para un ego inflado por la ignorancia y la arrogancia.